Casamiento



Terminé de leer Juventud de Coetzze, la segunda novela de su trilogía autobiográfica (la primera es ésta). Mientras leía fui subiendo algunos párrafos sorprendentes. En esta ocación narra sus días de adolescente y joven en un Londres apático y frío, aburrido, donde el sudafricano blanco con sueños de poeta cae en las redes laborales de las primeras empresas informáticas y se debate qué quiere de su vida mientras con desasociego asiste a algunas experiencias sexuales no del todo completas.
Se dijo de esta novela que la voz narrativa marca con respecto a lo narrado –una distancia que a veces parece tan fría como insalvable-, es, sin embargo, constantemente vencida, descubriéndose así que se trataba de un pacto irreal, de algo que se estaba construyendo de ese modo porque era la única manera de revelar, llegado su momento, lo que se pretendía revelar. Tal vez Coetzee se comporta como un luchador que enfría la pelea durante los primeros cuatro o cinco rounds, manteniendo al contrincante lejos de su cuerpo gracias a sus largos brazos, hasta que de pronto lo encierra contra las cuerdas y le da un par de golpes íntimos y demoledores. Pues bien, desde lo puramente estructural hay un detalle que salta a la vista, muchos párrafos terminan con una seguidilla de hasta cinco o seis preguntas que muchas veces son variaciones de la misma interrogante, el golpe íntimo. Un ejemplo:

 Los textos, escritos a máquina con una cinta gastada sobre papel crujiente, amarillento, son extraídos de un mueble que parece guardar una carpeta sobre todos los autores ingleses desde Austen a Yeats. ¿Eso es lo que hay que hacer para convertirse en catedrático de inglés: leer a los autores del canon y escribir una clase sobre cada uno de ellos? ¿Cuántos años de vida se te lleva por delante algo así? ¿Qué le hace a tu alma? 

   En general, Coetzee no sale demasiado bien parado en sus propias memorias. Se suele mostrar a sí mismo como una persona tímida y retraida, con dificultades para relacionarse con los demás. Así ocurre también en Verano, su última entrega. Sin embargo, en Juventud ese retraimiento se une con la sensación de ser un extranjero en cierta medida despreciado (puesto que es un sudafricano blanco, un africaneer, en la época en que arrecia el apartheid y comienzan las condenas internacionales contra Sudáfrica), lo que ahonda aún más su sensación de aislamiento.

   Nota otra cosa. Ha dejado de estar anhelante. Ya no le preocupa buscar a la desconocida bella y misteriosa que había de liberar su pasión interior. En parte, sin duda, porque Bracknell no tiene nada que ofrecer en comparación al desfile de chicas de Londres. Pero no puede evitar ver la conexión entre el final de su anhelo y el fin de la poesía. ¿Significa que está madurando? ¿En eso se resume madurar: superar los anhelos, la pasión, todas las intensidades del alma?

(...)

    Es un mundo del que puede escapar: todavía no es demasiado tarde. Si no, podría hacer las paces con él, como ve que hacen los jóvenes que le rodean, uno tras otro: conformarse con el matrimonio, la casa y el coche, conformarse con lo que la vida tiene que ofrecer siendo realistas, concentrar toda su energía en el trabajo. Le disgusta ver lo bien que opera el principio de realidad, cómo, aguijoneado por la soledad, el chico de los granos se conforma con la chica del pelo sin brillo y los muslos gruesos, cómo todo el mundo, por improbable que parezca, al final encuentra un compañero. ¿Es ese su problema, así de simple: que todo este tiempo ha sobrestimado su valía en el mercado, engañándose con la idea de que le correspondían las escultoras y las actrices cuando en realidad le corresponde la maestra de guardería del piso de protección oficial o la aprendiz de la zapatería? 
   Matrimonio: ¡quién habría imaginado que sentiría la tentación, por leve que sea, del matrimonio! No piensa rendirse, todavía no. Pero es una opción que se plantea en las largas tardes de invierno, comiéndose su pan con salchichas delante de la estufa de gas en casa del mayor Arkwright y escuchando la radio mientras de fondo la lluvia golpea la ventana. 

 Escribo esto un par de horas antes de casarme y siento que los blogs pueden recobrar su sentido.