La trilogía de Mr. Coetzze

   En diferentes librerías fui buscando Infancia J. M. Coetzee para completar la trilogía y no lo conseguí. Terminé leyendo la versión digital en el e-book hace minutos y ya me comí la primera parte de Juventud
   Coetzze maneja un leguaje absolutamente despojado, llano; y se narra a sí mismo, acá, en tercera persona. En ella nos narra su día a día en Worcester, una pequeña localidad situada al norte de Ciudad del Cabo. La historia comprende los comienzos de la década de los cincuenta, cuando Coetzee tenía entre 10 y 13 años. Pero él no es un niño normal. Vive con su madre, a la que no sabe si odia o quiere; con su padre, por el que no siente absolutamente nada, y con su hermano pequeño, al que ignora continuamente. El pequeño Coetzee vive atormentado y atrapado por una doble vida que ha ido tejiendo a su alrededor. En el colegio se esfuerza para ser el número uno, sacar las mejores notas y pasar desapercibido, para no convertirse en el blanco de los insultos, las palizas y las humillaciones de sus compañeros y de sus profesores. Y mientras, en casa, sabe que es el niño mimado, el único que importa, el protagonista, y se aprovecha de ello hasta el punto de convertirse en un déspota y un tirano. 
   El protagonista de la obra está obsesionado con encontrar su lugar en el mundo y, sobre todo, con saber quién es. Se debate entre sus miedos, sus dudas, sus inquietudes, sus engaños y sus secretos. Esos que no le cuenta ni comparte con nadie. Como que está obsesionado con el críquet y le encanta jugar solo. O que prefiere a los comunistas rusos que a los soldados norteamericanos. O que se hace pasar por católico. Se dijo de esta novela que uno de los aciertos es que logra trasladarnos a la Sudáfrica de los años cincuenta. El protagonista, y con él los lectores, se ve envuelto por una constante tensión, una interminable guerra en la que las burlas, los maltratos y los desprecios son la principal munición. Así, la novela recrea la difícil convivencia entre blancos y negros, entre ingleses y afrikaners, entre ricos y pobres y entre protestantes, católicos y judíos.  
   El pequeño Coetzee no tiene muy claro a cuál de todas esas clasificaciones pertenecen él, la familia de su padre y la de su madre. Él sólo tiene clara una cosa. Que pertenece a la granja de su familia y que, algún día, la granja le pertenecerá a él. Porque es el único sitio en el que no se siente tan obligado a ser perfecto, a ser tan duro consigo mismo y a castigarse una y otra vez, siempre que se siente culpable por no haber alcanzado ese ideal que sólo existe en su mente. Nadie tiene claro quién es y mucho menos quién quiere ser cuando se tienen 10, 11, 12 o 13 años. Porque Infancia no habla sólo de la historia de Sudáfrica y de los temores que atormentan al pequeño Coetzee. Infancia habla, sobre todo, del paso que hay que dar para dejar atrás la infancia y llegar a la juventud. Ese camino que todos tenemos que recorrer por muy duro, difícil y oscuro que nos parezca.