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   Nunca en la vida se ha emborrachado. Aborrece la embriaguez. Se va pronto de las fiestas para evitar la charla torpe, idiota, de la gente que ha bebido demasiado. En su opinión, a los conductores borrachos deberían doblarles la sentencia en lugar de reducírsela. Pero en Sudáfrica todo exceso cometido bajo la influencia del alcohol se trata con indulgencia. Los granjeros pueden azotar a sus trabajadores hasta matarlos siempre y cuando en ese momento estuvieran borrachos. Los feos pueden molestar a las mujeres, las feas pueden insinuarse; si te resistes, no estás jugando limpio.

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  Sabe que condenar a una mujer por fea es moralmente despreciable. Pero afortunadamente, los artistas no tienen que ser gente de moral admirable. Lo único importante es que creen gran arte. En cuanto a él, si su arte tiene que surgir de su lado más deleznable, que así sea. Las flores crecen mejor en los estercoleros, como Shakespeare no se cansa nunca de recordar.  

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   A la gente normal le cuesta ser mala. La gente normal, cuando notan que aflora en ellos la maldad, beben, insultan, cometen actos violentos. Para ellos la maldad es como una fiebre: quieren expulsarla de su organismo, quieren volver a la normalidad. Pero los artistas tienen que vivir con su fiebre, de la naturaleza que sea, buena o mala. La fiebre es lo que los hace artistas; hay que mantenerla con vida. Por eso los artistas nunca pueden mostrarse plenamente al mundo: tienen que tener siempre un ojo mirando a su interior. En cuanto a las mujeres que persiguen artistas, no son del todo de fiar. Puesto que así como el espíritu del artista es al tiempo llama y fiebre, la mujer que anhela el roce de las lenguas de fuego hará cuanto pueda por enfriar la fiebre y hacer que el artista tenga los pies en el suelo. Por tanto, hay que resistirse a las mujeres incluso cuando se las ama. No puede permitírseles que se acerquen a la llama lo suficiente para arrancarla.